Jan de Vos, in memoriam


Jan de Vos nos dejó el pasado domingo 24 de julio en la Ciudad de México a la edad de 75 años. A pesar de su porte robusto y elegante, llevaba años con problemas de corazón. El pasado domingo tuvo un paro cardíaco y nos dejó. Sin él tendremos que continuar el viaje con una sonrisa y una persona sabia menos.

No es fácil escribir sobre una persona tan conocida y reconocida. Jan de Vos es, sin duda, uno de los historiadores clave para comprender Mesoamérica y sus gentes, y sobre todo Chiapas. Libros tan relevantes como La paz del Dios y del Rey: La Conquista de la Selva Lacandona, 1525-1821 (1980), Oro verde: la Conquista de la Selva Lacandona por los madereros tabasqueños, 1822-1949 (1988), Viajes al desieto de la Soledad. Cuando la Selva Lacandona aún era selva (1988), Vivir en frontera. La experiencia de los indios de Chiapas (1994), Las fronteras del sur (1993), Nuestra raíz (2001), Una tierra para sembrar sueños. Historia reciente de la Selva Lacandona (FCE, 2004) son sólo una muestra de su extensa obra.

 

Sin embargo Jan de Vos no fue un académico “al uso” y llegó a esta profesión después de un interesante y alambicado periplo. Nació en Flandes en 1936 y creció en un entorno muy religioso, que le llevó a enrolarse a la Compañía de Jesús. Pero pronto encontró que la vida en los Países Bajos y en Alemania (dónde estudió) era demasiado gris y monótona, y la cambió por la luz de América Latina. Primero se fue de misionero en el Chocó, en la costa del Pacífico de Colombia, y luego al Yucatán para establecerse finalmente en Chiapas, en la misión de Bachajón.

Hace unos años me explicó que en aquella época, la de jesuita misionero, se dedicaba a viajar por el corazón de la selva y a visitar poblados indígenas, pero que pronto se dio cuenta que si la Iglesia Católica llevaba quinientos años intentando evangelizar los indígenas sin éxito, su pretensión tampoco tenía sentido alguno. Entonces experimentó un proceso de conversión inverso: empezó a querer conocer y amar aquello que hacían los indios. Fue entonces cuándo cambió de oficio y se hizo historiador, a la vez que continuó colaborando en las causas que creía justas, como los primeros pasos de la rebelión zapatista o la formación de líderes indígenas.

Desde hace muchos años Jan de Vos era un personaje reconocido y querido en San Cristóbal. Caminando con él por las calles de la ciudad era difícil avanzar: todo el mundo le saludaba. Él hablaba con todos y se dirigía a ellos por su nombre. La penúltima vez que lo vi, hace dos años en San Cristóbal, me dijo que estaba escribiendo un nuevo libro sobre las lecturas que más le habían influido, y otro sobre la mirada de los viajeros que habían pisado y escrito sobre México: desde el expansivo Ernest Hemingway hasta el enigmático Bruno Traven.

Posteriomente se puso en contacto conmigo para comunicarme que estaría en Sevilla y que, aprovechando su viaje, podría dar un curso en la Universidad de Salamanca sobre la cultura maya. Obviamente le dije que sí. El curso fue un privilegio para los estudiantes. Él, por su parte, aprovechó la estancia en Salamanca para investigar sobre Fray Pedro Lorenzo de la Nada (compañero de Fray Bartolomé de las Casas), quien había estado en el Convento de los Dominicos que hay en la ciudad y con el que –según me contó- tenía una “conexión” especial: lo percibía como su alter ego de finales del siglo XVI . Su último libro, editado en 2010, fue sobre dicho fraile, que ejerció de misionero y terminó prófugo y hereje.

Durante esos días fuimos a pasear por la Sierra de Francia, al sur de Salamanca. Fue la última vez que le vi. Ayer cuando un amigo del CIESAS (institución en la que Jan de Vos trabajó y donó su biblioteca particular) me comunicó la noticia de su muerte recordé –y extrañé- dos de sus obsesiones: la honestidad y la cordialidad. Sin duda Jan de Vos fue una persona erudita y querida, pero sobre todo -como dicen en México- una persona sin doblez.

Salvador Martí i Puig
Miembro del Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca