En una recepción celebrada en la residencia del Embajador de Chile en España, don Gonzalo Martner impuso al Catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Salamanca y exdirector del Instituto de Iberoamérica, Manuel Alcántara, la Orden al Mérito de Bernardo O’Higgins en el grado de Gran Oficial. Este reconocimiento es uno de los más altos con los que el estado chileno reconoce a personalidades no chilenas de diversos ámbitos. Al acto asistieron, entre otras personalidades, la Vicerrectora de Investigación de la Universidad de Salamanca, doña María de los Ángeles Serrano García y una representación del Instituto de Iberoamérica encabezada por su director, Miguel Carrera.

En su discurso de aceptación, Alcántara mostró su gratitud al pueblo y al estado chileno por el reconocimiento, y resaltó los vínculos que durante toda su vida académica le han unido a Chile y al estudio de los fenómenos políticos y sociales de ese país: "La distinción otorgada por el gobierno de Chile […] me llena de júbilo, como les decía compromete aún más mi responsabilidad con su país, al que si por el mero hecho de pronunciar su nombre ya le hacía mío, ahora se convierte en patria de adopción."

Puede ver aquí un breve fragmento del discurso de aceptación del profesor Alcántara: 

 

En la imagen, Gonzalo Martner se dirige a los asistentes, junto al profesor Manuel Alcántara.

 

[Texto íntegro del discurso de agradecimiento de Manuel Alcántara] 

Querido embajador Gonzalo Martner, querido agregado cultural Carlos Franz, querida Vicerrectora María Ángeles Serrano, queridos amigos, queridas amigas, querida familia.

Desde que Carlos me anunció la concesión de esta prestigiosa distinción no he dejado de pensar en los supuestos méritos que me hacían merecedor de la misma. Estas semanas han sido una oportunidad inmejorable para poder reflexionar sobre una vinculación añeja con el país longilíneo, al decir de Gonzalo Rojas, que tan cerca de mí ha estado a lo largo de mi vida. Tanto que, como alza su voz Nicanor Parra, “pronunciando su nombre le poseo”. Podéis ver que mis primeras referencias hacen alusión a dos poetas, ambos premios Reina Sofía de poesía iberoamericana de mi Universidad, que son citados adrede no sólo por este vínculo sino como un ejemplo de cómo lo chileno ha moldeado mi educación sentimental. Chile es un país de poetas, pero también de novelistas y de autores teatrales que me han acompañado desde mi juventud hasta hoy. Me refiero a José Donoso, Roberto Bolaño, Antonio Skarmeta, Isabel Allende, Jorge Edwards, Ariel Dorfman y Carlos Franz, aquí presente y quien me honra su afecto y amistad. Y claro, para alguien de mi generación, inevitablemente, Pablo Neruda, por sus veinte poemas, quizá más que por la canción desesperada, y por aquellos versos que en la España de la década de 1960, cuando los leí por primera vez, tenían un sentir mágico para quien luego haría del estudio de América Latina su oficio. En su canto a Bolívar, Neruda confesaba:

“Yo conocí a Bolívar
una mañana larga
en Madrid,
en la boca del Quinto Regimiento….” 

Y es que pasar por Hilarión Eslava camino de Moncloa y ver “la casa de las flores” durante mi vida de estudiante universitario madrileño me llevaba a Neruda, a Chile, a nuestra guerra incivil.

Sí, Chile y su relación con nuestra dramática contienda, pero tan decisiva para entendernos, desde el significado del carguero Winnipeg con el exilio de nuestros republicanos al monumental trabajo de Carlos Morla Lynch fundamental para conocer tanto la España republicana en torno a García Lorca como el transcurso en Madrid de la Guerra Civil desde una atalaya tan primordial como fue la propia embajada de Chile, refugio para los nacionales cuya vida peligraba.

Chile está de estas diversas facetas en mí y es parte substantiva de mi vida. Como lo es, y ahora paso a una vertiente más prosaica de mi existencia, pero no por ello menos real, el recuerdo en el verano de 1962 del término “Viña del Mar”, palabras maravillosas que, integradas, lo son todavía más, viña del mar, y que conformaban algo ininteligible para un niño de diez años al que le producían un misterioso embrujo, como más tarde me pasaría con “Isla Negra”, “Antofagasta”, “Copiapó” y “Chiloé”. Pero Viña del Mar me recuerda a mi padre y, aquí lo prosaico, al primer mundial de fútbol del que tengo memoria, oíamos los partidos por la radio en las tardes de estío y, él, maestro nacional, me explicaba donde estaba Chile, otra palabra entonces asombrosa por su sonoridad, y me contaba una historia atroz de una escuela masacrada, más tarde supe que se trataba de Santa María de Iquique. Y sí, el fútbol, hace medio siglo, fue lo que me hizo saber por vez primera de la existencia de Chile, algo que para un madridista militante como yo, y varios de los aquí presentes, luego nos vinculó al “Bán bán Zamorano” y ahora a Pellegrini.

Entiendo que me estoy yendo por unos cerros de úbeda demasiado intimistas y que todos ustedes deben estar pensando que sí, que todo está muy bien, pero que a uno no le dan un galardón como la Orden de Mérito de Bernardo O´Higgins por sus lecturas, por sus evocaciones. Supongo que tienen razón, pero ellas han hecho a quien les habla.

Este universitario se enamoró de América Latina hace ya más de treinta años, el azar y alguna persona como Antonio Lago tuvieron la culpa, de ahí, dar con Chile era obvio. He estudiado, he investigado, he escrito y he enseñado sobre Chile. Pero no me considero, ni nadie que esté en sus cabales puede hacerlo, un especialista de este país. He aprendido de gigantes, como Federico Gil, cuyo libro “Sistema político de Chile” sigue siendo fundamental para entender como eran las cosas hasta la década de los años sesenta del pasado siglo. También de Arturo Valenzuela, de Alan Angell, de Carlos Hunneus, de Manuel Antonio Carretón y de su padre, embajador Gonzalo Martner, cuya evaluación del gobierno de Allende publicada en 1988 es una pieza maestra de investigación, pero también de coraje político. He aprendido de estudiantes españolas de doctorado que hicieron la tesis conmigo sobre Chile, y hoy brillantes profesoras, como Esther del Campo, María Inés Picazo y Antonia Santos. De los estudiantes chilenos que cada año acuden a Salamanca, los últimos Patricio Arias y Daniela Ríos o en otros programas en los que enseño. Durante mis años como director del Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca, Chile ha ocupado un lugar muy especial como objeto de atención siendo frecuentes los seminarios, jornadas o conferencias. Destaco el que organizó Leticia Ruiz que dio paso a un excelente libro compilación de los trabajos prestados o el número monográfico de nuestra revista, América Latina hoy. También pude promover el doctorado honoris causa al Presidente Ricardo Lagos. Todo ello culminó con la puesta en marcha de la Cátedra Chile que supone una inteligente colaboración entre esta embajada y el instituto que rinde frutos anuales de buen hacer.

Chile, desde la ciencia política, es un caso de estudio de gran relevancia. Lo fue siempre por su modelo longevo de institucionalidad, por la especificidad de sus tres tercios, pero también por su traumático quiebre luego de un trienio en el que se depositaron todas las esperanzas del cambio hacia el socialismo en libertad. Lo fue la oprobiosa dictadura y la transición política ajena a cualquiera de los modelos conocidos. Veinte años de la propuesta concertacionista han supuesto, igualmente, un filón para quienes se interesan por las relaciones entre democracia y mercado, por el papel de un estado social en el marco de demandas en pro de su eficiencia, por el funcionamiento de esquemas consociacionales, por la vigencia del continuo izquierda derecha, por los efectos del multipartidismo, encorsetado en una lógica coalicional, en una forma de gobierno presidencialista; en fin, por los inequívocos avances en el proceso descentralizador y por el espectacular diseño de su política exterior que acaba de obtener su último éxito con la incorporación a la OCDE.

Todos ellos son temas que merecen la atención del estudioso y que comprometen una agenda de investigación que hoy, tras la recepción de la medalla que me acaban de imponer, es una justa, aunque gustosa, obligación en contrapartida para el tiempo venidero.

La distinción otorgada por el gobierno de Chile y cuya comunicación lleva la rúbrica de la presidenta Michelle Bachelet me llena de júbilo. Como les decía, compromete aun más si cabe mi responsabilidad con su país al que si por el mero hecho de pronunciar su nombre ya le hacía mío, ahora se convierte en patria de adopción. La diversidad de una patria, en palabras de Neruda, que integra en una misma visión plural el “rostro amarillo del desierto” con las rugosas piedras de Isla Negra, las arenas de la costa muerta de Pisagua con la cordillera. El duro río Mapocho parido por la nieve y el Bio Bio, ancho y florido, mezclado con lluvia y follaje. El tiempo que muerde los moais de Rapa Nui.

Amigas y amigos, a quienes os agradezco vuestra compañía esta tarde invernal madrileña, pero cálida por el afecto emanado de todos, Sr. Embajador, muchas gracias por haberme propuesto a su Gobierno para que me recompensara con esta distinción. Muchas gracias a su gobierno, a su presidenta, por su concesión. Muchas gracias al pueblo de Chile que sabe lo que cuesta que las alamedas estén abiertas.

[Madrid, 26 de enero de 2010]